Ansias de felicidad
El viento tapaba mis oídos, grandes y puntiagudos, mientras iba en su recorrido descontrolado de un lado a otro, haciendo que mi subida por las empinadas y lisas rocas de Recife fuese una odisea excesivamente tormentosa. Cuando logré llegar a la cima, con mi pelo crespo y amarillento golpeando cruelmente toda mi cara, la vi a lo lejos: mi hermana, la muñequita mona y lisa, con ojos azules y contextura delgada, sentada debajo de una sombrilla para protegerse del incandescente sol, sumergida en las páginas de un libro gordo y en vista pesado que no había soltado en semanas. ¡Qué hice yo para merecer una hermana perfecta en todo, mientras yo me quedaba escarbando las esquinas de su sombra con mis gordos y feos dedos, comiendo sin cesar los caramelos que siempre guardaba en mis bolsillos! Mi oportunidad de venganza llegó el día en el que escuché gritos estridentes viniendo de la sala. Mi madre se encontraba furiosa porque mi hermana parecía flotar por la vida, sin poner cuidado a lo que pa