Roto y sin remedio


Bombeo, bombeo, bombeo. 

No sé cómo admitirle al cerebro que me he enamorado de nuevo, que últimamente me siento lleno de energía, con ganas de salirme de este pecho y explotar de la emoción. Ya me imagino su cara de reproche, intentando recordarme que hace menos de cuatro meses me rompí, y sufrí mucho. Me recordaría que uno no se limita exclusivamente a amar a una persona, que también nos enamoramos de sueños que no van a llegar a ser, de instantes que es imposible recuperar, de palabras nunca pronunciadas y besos nunca dados. En esa ocasión, no entendía qué era lo que me pasaba hasta que vi las fisuras apareciendo sobre mi tejido y entendí que yo era más que un órgano; pude sentir el dolor desgarrador de partirme no sólo en dos, como siempre lo pintan, si no en miles de pedazos, es un dolor indescriptible, en el que ya no me sentía como yo mismo, parecía como si un vacío hubiese tomado mi lugar, pero yo seguía plenamente consciente de cómo la traición, la decepción, la incredulidad, se abrían paso a través de mi con rapidez, con tal velocidad que era incapaz de detenerlos. Yo no podía evitarlo, me sentía aquí y allá, y en ningún lado al mismo tiempo.

Logré volver a mi cuando empecé a notar que las glándulas lagrimales se habían activado como nunca antes, la razón era que el cerebro anhelaba la dopamina a la que había estado acostumbrado por más de tres años y, en su ansiedad por conseguirla, liberó además tantas hormonas del estrés que todos, cada una de las demás partes fundamentales del cuerpo, y fuera de él, nos vimos afectados; pensábamos que no íbamos a lograr salir de ese bucle descendente, en el que los olores, los lugares, las texturas, las palabras y  los recuerdos venían sin avisar, sin prepararnos para la nueva ola de dolor por la que todos íbamos a pasar, y que nos ahogaba de tal forma que sentíamos morir.
 
Pero aquí seguimos y honestamente no creo que vuelva a pasar por algo así. Siguen existiendo fantasmas de ese dolor, pero he decidido que es tiempo de volver a experimentar todas las cosas que en algún momento me hicieron sentir agitado y enérgico. El gran problema aquí es el cerebro, porque sé que va a intentar apagar con sus gotas de razón el incendio de mis sentimientos. Pero creo que al fin estoy listo, listo para intentarlo de nuevo, y puedo enumerar las razones que parecen un gran pretexto para arriesgarme y sentirme caer al precipicio.
 
Caí, cuando llegó hasta mí la sensación que producía tomar su mano. Caí, cuando me agité descontrolado en el momento en que los labios se juntaron. Caí, cuando la boca pronunció “si” ante una promesa que se sentía irrompible. Caí, la primera vez que sentí otro corazón latiendo al ritmo desenfrenado del mío, tan cerca, y tan lejos, y otra vez cerca. Sin embargo, ante cada caída esperaba el momento en el que volvería a asomarme al precipicio, ileso y más fuerte; pero esa vez no fue así, esa vez me sentí caer y caer sin fin, y no sé muy bien si gané o perdí. Efectivamente, logré volver a sentir todo aquello que anhelaba, pero todo para que en menos de seis meses… Tejidos rotos, vacío, traición, decepción, incredulidad, glándulas lagrimales, dopamina, hormonas del estrés, olores, lugares, texturas, palabras, recuerdos. Dolor.

Volvió a suceder. Me rompí otra vez, espero que la experiencia que hemos adquirido anteriormente nos ayude a salir de este descenso. Pero ay, ¡cómo duele! ¡Ya no me creo capaz de volver a amar nunca más! ¿Cómo puedo amar si me faltan tantos trozos? ¡Imposible!

Oh… Mira ese chico tan guapo.

Bombeo bombeo bombeo bombeo bombeo bombeo bombeo bombeo bombeo.

Ahora que volteó mi vista a aquella clase donde tenía que escribir un montón de cuentos y no me sentía satisfecha con nada de lo que escribía, y las notas no eran buenas tampoco, me doy cuenta que fue una preparación muy interesante para lo que llegaba. Y es que sí, este cuento también fue publicado en El Espectador y cuando lo escribí me pareció muy divertido, con un narrador interesante y un poco sobre la cotidianidad de enamorarnos, a la profe no tanto, pero ya vemos que con las letras nunca se sabe.

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