Mamá


Para mi mamá, la mujer más fuerte y 
valiente que he conocido en la vida.

La alegría de tener vida creciendo dentro de tí es algo que no se puede describir, pensaba Claudia, aún cuando ya era su tercer embarazo y se supone que debería ser una experta en todo el tema de los mareos, antojos y dolores; pero ya habían pasado 16 años desde la última vez que sintió que dentro de ella crecía algo que tomaba todo lo que tenía a la mano para poco a poco crecer, que se formaba a partir de todo lo que ella era y sin piedad la cambiaba para siempre. Sin embargo, su cuerpo se sentía primerizo en una nueva aventura que no pidió, pero que ya no tenía más remedio que disfrutar y afrontar las consecuencias.

Su vida dió un giro absoluto cuando durante más de siete meses solo conoció padecimiento y dolor, piernas inflamadas, inyecciones dos veces por día, incertidumbre de que todo lo que hacía fuese en vano, culpa por anhelar a una edad tan avanzada algo que para ella ya estaba prohibido, alegría de ver cómo su estómago iba tomando aquella forma redonda y todos a su alrededor sentían dicha por aquel nuevo ser que llegaría al mundo. Todo un cóctel de sentimientos. Nadie sabría que había noches en que el dolor no la dejaba dormir, pero que nunca se atrevió a pedir consuelo para su cuerpo, al contrario, lo único que deseaba era fuerzas para continuar hasta el final. 

Cuánta valentía hay en una mujer que deja todo de sí en un nuevo ser que llevará todo de ella.

El día había llegado, por fin el sufrimiento se iba a acabar, eso pensaban todos, quienes creían que como familia habían coronado la dura batalla que les había puesto la vida; aprendiendo que el dolor puede ser el mejor amigo de todos, pero no el más bienvenido. Qué equivocados estaban al celebrar antes del fin.

En ese momento, miles de plaquetas estaban navegando rumbo a un cuerpo que acaba de dar a luz, pero que perdía la vida en el proceso. Nadie daba un peso porque aquel cuerpo flácido y cansado volviera a nuestro mundo. Pero aquel esposo que en lágrimas clamaba a Dios que no le dejase solo, que la necesitaba para sacar adelante a sus tres hijas y que luchaba contra pensamientos que lo ponían entre la espada y la pared; no se daría por vencido tan fácil.

Lo único que escuchaba de fondo eran pitidos, la energía que desprendía cada máquina creada para mantener su cuerpo con vida, el sonido tan característico del caucho de cada trabajador del hospital contra las baldosas blancas e inertes, llantos desgarradores, gargantas descontroladas y gritos cargados de dolor. Por más que lo intentaba no era capaz de abrir los ojos, hasta que poco a poco sus sentidos estaban despertando, pero no podía recordar qué había sucedido ni por qué se encontraba en ese lugar, donde se respiraba tanto sufrimiento como un toque de esperanza. 

Reuniendo todas las fuerzas que le quedaban logró abrir los ojos y mover un poco el cuerpo, eso debió alertar a las personas que se encontraban en la habitación,  y supo que volvería a pasar por todo ese tortuoso camino por escuchar la palabra pronunciada por sus hijas a continuación: “¿Mamá?”
Este cuento es inspirado en el nacimiento de mi segunda hermana. Mi madre casi muere en el proceso de traerla a este mundo. Pero Dios que nos guarda siempre no lo permitió, y hoy podemos disfrutar de las dos, llenas de vida, sonrisas y ganas de conquistar el mundo. La escritura sana.

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