Vida y estrellas
La primera vez que te vi, aquel verano de 1980, tuve la certeza de que íbamos a pasar el resto de nuestra vida juntos. Bueno, tal vez no la primera vez que te vi, pero cuando nuestras miradas se encontraron, en medio de la algarabía natural de la plaza, con gritos de promociones y regateos en cada puesto, el latido de mi corazón me confirmó habían partes de ti que necesitaba conmigo, pero en ese momento no entendía porque me afectabas tanto; tú te mostraste curiosa, como si te dieses cuenta de algo diferente en mis ojos, que se sentían de un insignificante color café frente a unos ojos color mar, viento y esperanza, y yo, tomando una bocanada de aire, esperando que no se me notara el nerviosismo, te guiñé con toda la picardía y seguridad que pude reunir, me sentía absurdo, pero tu rubor lo valió. Se convirtió en una rutina para mi tenerte siempre en mis pensamientos, al menos eso ayudaba a contrarrestar el dolor físico que ya parecía parte de mi. Anhelaba el día de plaza para poder inc